Que la psicología y la educación están relacionadas es algo que casi todo el mundo entiende. Lo que ya no entiende tanta gente es la necesidad de que los docentes manejen conceptos psicológicos en el ejercicio de su profesión. Es cierto que en la carrera de Magisterio se estudia a Piaget y a Vygotski como los grandes teóricos de la psicología de la educación, pero la mayoría de maestros olvida pronto estos conceptos tras terminar la carrera y muy pocos ahondan en otros constructos psicológicos. Pero es un error. Los docentes necesitan habilidades que poseen los psicólogos. Para mi las más importantes son:
- La intuición o habilidad para detectar dificultades en los alumnos. Muchos maestros siguen confundiendo un TDAH o la dislexia con la mala educación y el «no fijarse». Saber diferenciar cuándo un alumno tiene una dificultad a un problema actitudinal resulta, desde mi punto de vista, fundamental.
- Conocer estrategias para la modificación conductual. No estoy hablando de que hagan una intervención psicológica, sino de que manejen correctamente los refuerzos positivos como herramienta para ayudar a los alumnos a cambiar aquellas conductas que resultan problemáticas en clase.
- Manejo de la inteligencia emocional. Tanto a la hora de resolver conflictos en el aula, como para llevar una tutoría o comunicarse con los padres, la inteligencia emocional, la asertividad y la empatía no sólo son habilidades desables en los maestros, sino cada vez más necesarias.
- Estrategias de motivación de los alumnos. Está más que demostrado que sin motivación no hay aprendizaje, por tanto, un maestro que no sepa motivar a sus alumnos reduce su labor docente a la lectura del libro de texto y a la corrección de ejercicios, pero no llega a trasmitir conocimientos dado que sus alumnos no están motivados para aprender.
Por supuesto, para conseguir estas habilidades no es necesario estudiar una carrera de Psciología, pero sí una voluntad por parte de los maestros y maestras para obtenerlas a través de cursos de formación, lectura de libros o la asistencia a charlas, por ejemplo. Debemos ser conscientes de que a nuestros alumnos les estamos exigiendo unas habilidades que muchos maestros no manejan y eso no hace ningún bien ni a la profesión docente ni a nuestros alumnos.